Procesión del Silencio


La Procesión del Silencio es la procesión penitencial por excelencia. El aire fresco que a la tarde se agradecía se convierte ahora en fina llovizna, casi imperceptible, como ocurre casi todos los anocheceres de marzo o abril en la Ciudad de los Adelantados. Parece que Aguere, en silenciosa comunión con sus moradores, igual brilla en el Jueves Santo con la Solemne Celebración de la Eucaristía, que languidece cuando las velas de cera iluminan las calles de Madrugada de su Cristo ,despuntando perezosamente un día entre luces y sombras que anuncian un luto que pronto se convertirá en esperanza redentora.
Reposo, inacción, silencio. Es la falta de ruido, la abstención en el uso de la palabra. Con la soledad y el recogimiento que nos proporciona el uso de la voz, nos acercamos a Dios y enriquecemos nuestra vida interior. En silencio se medita los días de la Cuaresma con los ejercicios y retiros espirituales.
El silencio esta especialmente presente en la Liturgia de la Semana Santa y aun ,mas en el Viernes Santo, siguiendo las sugerencias de los ascéticos quienes lo identificaban como medida de prudencia, rectitud o caridad y, a la vez, como medio indispensable para la concentración espiritual. Por ello ,doblando al muerto, calla el repicar florido de las campanas sonando solo con golpes secos y espaciados.
Cuando la urna de plata con el Cristo desciende de su trono y se coloca sobre las parihuelas inclinadas en la escalinata del altar mayor, los primeros en acercarse al desmantelado paso se llevan como recuerdo una flor.

La mas agotadora de las jornadas no es suficiente para impedir que la muchedumbre anónima acompañe enmudecida al Cristo Difunto lagunero hasta su iglesia. Antes es incesante el fluir de cofrades y devotos hasta la Catedral. Ya han dejado los pasos que custodian en sus respectivas sedes y ahora se organizan dentro del Templo que se les hace inmensamente pequeño.

La Procesión Magna ha concluido y dentro de la Catedral se inician los preparativos para la Procesión del Silencio. Los más devotos se apresuran para coger una de las flores que adornan el paso del Señor Difunto.En hormigueo incesante, las Hermandades y Cofradías penitenciales de La Laguna se van colocando en la cada vez más estrechas naves laterales, siguiendo un riguroso orden de antigüedad sobradamente conocido por todos, de la más moderna a la más veterana.
En el presbiterio esperan catorce cofrades de la Misericordia con sus regatones para portar al Cristo Difunto en las parihuelas sobre las que se ha colocado la urna de plata repujada en etéreas volutas, la cual fue donada en 1732 por Amaro Rodriguez de Felipe, el famoso devoto Amaro Pargo. Con la minusiosa rutina renovada de cada año ya se han hecho los emparejamientos por altura, los más bajos delante, los más altos detrás, progresivamente, para así dar una inclinada vistosidad al cortejo.
Es el inicio un año más de la Procesión del Silencio organizada por la Cofrada de la Misericordia, plasmación de la idea del Rvdo. José García Pérez ( 1912- 1958), el entusiasta párroco de Santo Domingo de Guzmán desde 1941, impulsor incansable de la Semana Santa de La laguna, y gran alma caritativa, cuyos restos yacen en la iglesia de sus desvelos.
En la década de los cuarenta a La Laguna le faltaban celebraciones solemnes que se arraigasen a la devoción popular, Don José supo plasmar esas ideas que hoy día perduran.
El era quien alentaba los espiritus de los asistentes en el desaparecido Sermón de la Procesión del Silencio antes de la salida desde el pulpito de la Catedral. Gracias a el, desde 1953 en que se tiene por primera vez lugar esta procesión, la noche del Viernes Santo es otra diferente.
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En respetuoso y juramentado  silencio que aumenta la teatralidad espiritual del acto procesional, todas las Cofradías y Hermandades de la Ciudad, guiadas por las luces de velas y faroles, con el solo acompañamiento de sus lentas pisadas custodian a una de las más impresionantes imágenes de nuestra Semana Santa ,de incalculable valor, única en nuestras islas, que esa noche es mas inapreciable: el Cristo Difunto, muerto para redimir los pecados de los hombres.
Ya son las nueve de la noche. El alumbrado público ya está apagado. Tras un simbólico juramento de guardar silencio en el recorrido efectuado por los Cofrades Mayores de cada corporación, por la puerta principal empiezan a desfilar los primeros penitentes. Mientras la muchedumbre de fieles enmudece agolpada en la calle o escondida tras las ventanas. Un niño se abraza con fuerza a sus padres asustado por la repentina oscuridad y oculta el rostro con el imprescindible abrigo de una bufanda. Solo se oye a la brisa jugueteando con las palmeras que ligeramente se balancean en la plaza de la Catedral, popular, de Fray Albino.
Dentro, en el Templo, solo quedan unas pocas cofradías ,cuando se oye un golpe seco al que le sigue un tintineo de las campanillas de la urna del  Señor Difunto. Levantadas en vilo las parihuelas que lo portan ,el paso abandona el presbiterio y ya esta en la nave lateral derecha. Otro golpe seco y otra sacudida tintineante de la plata de las campanillas llevan los varales al hombro de los porteadores. Comienza el itinerario marcado por el rítmico y acompasado choque contra el suelo de catorce regatones que sirven de apoyo en las paradas.
Todo apagado; solo el rostro del Señor Difunto iluminado.
Al pasar por el convento de Santa Catalina; se adivina la presencia de sus monjas de clausura con los dedos entrelazados en la celosía.
En la plaza del Adelantado, el aire es frio y se rebela cuando entramos en la calle Santo Domingo.
Meditamos sobre la muerte de Jesús, ejemplo máximo del acto definitivo del hombre. Ante la muerte nos encontramos desamparados, en una noche oscura, en el mismo silencio que queda tras el último suspiro. Pero es también un acto de Fe siguiendo a Cristo que ahora ha muerto, pues su muerte es victoriosa y salvadora.
Aunque antes se prohibía a las secciones infantiles de cada cofradía que acudiesen, hoy, participan, concurren en ellos una mezcla de asombro, miedo  ilusión y valentía. Quizás mayor premio hay que darles a ellos por el lógico esfuerzo de tener que guardar obligatoriamente un silencio que su inocencia torna en gestos de los más serios y atentos. Y es que, aunque el día ha sido extenuante, allí están ilusionados acompañando a papa Dios que ha muerto para luego resucitar y salvarnos a todos.
Llagamos a la plaza de nuestro Santo Domingo del alma, al comenzar la bajada por la empinada rampa, las parihuelas descargan su peso  sobre los cargadores de la parte delantera y luego al revés. La puerta de la iglesia abierta de par en par y en su interior a oscuras, solo está libre un estrecho pasillo en la nave central . En la capilla del señor de la Humildad y Paciencia y en la de la Soledad, a ambos lados del presbiterio, se colocan las respectivas corporaciones por el orden de su llegada.
El capataz de paso, con gestos y destreza de la experiencia de quien con gran honor sustituye, ordena dar la vuelta al cortejo para que el Cristo Difunto entre mirando hacia la calle y así quede dispuesto para el besapies. El sonido de los regatones cambia al entrar al entrelosado de la Iglesia, siendo más sobrecogedor si cabe. Tras unos movimientos de parihuela muy precisos, estas son depositadas en el suelo.
Se rompe el  Silencio. Ahora, oportunamente el sacerdote reflexiona en voz alta sobre la trascendencia de lo acontecido ,agradece a todos su presencia e invita a los cofrades y hermanos mayores a que inicien el besapies de la sagrada imagen.

Una representación de la cofradía hermana de la Unción y Mortaja de Cristo, igual que lo hicieran José de Arimatea y Nicodemo, custodian a la yacente imagen.

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